El doloroso y esperanzador camino de la inmigración

Dejar atrás la tierra que me vio nacer significó un desgarro en el alma que, poco a poco, busca su acomodo. Fue un adiós susurrado a las calles que guardan mis primeros pasos y a los rostros amados que forman el mosaico de mi historia.

Duele, y duele mucho, el recuerdo del aroma a café por las mañanas, el olor de la arepa, mi primer alimento. Se extraña el calor del sol sobre los mismos techos que cobijaron a mis abuelos y a mis padres y que siguen alumbrando a mis familiares. Se extraña la melodía inconfundible de nuestra gente, esa que resuena en cada esquina con una familiaridad que abraza. ¿Acaso las raíces se quedan atrás? No, esas viajan conmigo. Están en mí. Las llevo profundas y firmes, ancladas a una cultura vibrante y a un amor patrio, amor del bueno, el de nuestra herencia latina, que se lleva tatuado en la piel.

La recompensa de un nuevo comienzo

Siempre valdrá la pena haber tomado la decisión de ser inmigrante en esta gran nación, Estados Unidos. Reunirme con mi hija y mi nieta ha sido el mejor regalo de Dios y mi gratitud es inmensa. También, aguardo la llegada de mi segunda nieta, más temprano que nunca. Ella será mi segundo lucero, dándole luz a mi existencia. A esa nieta que está bañada por ese mar Caribe turquesa e inmenso y esas montañas encrespadas venezolanas, aquí tu abuela te espera.

He descubierto que mis raíces no me anclan, sino que me impulsan. Como mujer latina, llegué con las manos llenas de la herencia de mi gente: la resiliencia, el trabajo incansable y una fe inquebrantable en los sueños. Este país me ha entregado las alas de la libertad y la oportunidad de construir un nuevo destino sin borrar las huellas de mi pasado. Aquí, cada logro tiene el sabor dulce de la superación y cada nuevo día es un lienzo en blanco para pintar un futuro de esperanza para mí y para los que vendrán.

Es el privilegio de honrar mis orígenes mientras vuelo llena de esperanzas, demostrando que una mujer con raíces profundas puede, y debe, tener las alas más grandes para conquistar el cielo.

-Luz Palacios